CAPÍTULO 4 - ÁNGEL
- ¡Ya estoy aquí!
Ángel llegó corriendo, aunque realmente no hacía falta. Sentada en el banco y con un paquete de pipas saladas en las manos estaba la muchacha más disciplinada e inteligente que había tenido la suerte de conocer jamás. Natalia tenía una melena castaña y lisa siempre recogida en una coleta, gafas de pasta de color rojo y unas bonitas pecas encima de su naricilla. Vestía mallas de danza y a su lado reposaba una mochila donde llevaba todas sus cosas. Al igual que Ángel ella también acababa de salir de clase, sólo que en su caso se trataba del conservatorio de danza profesional.
- ¿Cómo ha ido tu primera clase de música?- preguntó la chica llevándose una pipa a la boca.
- Bien, la verdad. Aunque creo que me tengo que poner un poco las pilas para alcanzar a mi compañero- reconoció el rubio sentándose a su lado y soltando la guitarra con delicadeza sobre el banco. Ella le sirvió un puñado de pipas-. Luego os cuento. ¿Cómo va la cosa por aquí?
Como cada lunes desde hacía más de un año, Natalia y Ángel quedaban en el polideportivo del barrio para ver los entrenamientos de fútbol de su amigo Nacho. Era una excusa como otra cualquiera para pasar un rato juntos fuera del instituto, y si no tenían muchos deberes o exámenes, cuando Nacho terminaba aprovechaban para cenar en una concurrida hamburguesería cercana.
- Pues hoy no están muy acertados, la verdad. El entrenador les ha llamado patosos y les ha puesto a hacer flexiones como castigo. Tenías que haber visto la cara de Nacho- rió la muchacha con las mejillas sonrosadas, probablemente sin ser consciente de ello. Ángel no la culpó.
En ese instante Nacho se percató de su presencia y le saludó entusiasmado moviendo el brazo de lado a lado desde mitad del campo, haciendo que la pelota que otro chaval había lanzado en su dirección pasase junto a su cabeza y se perdiese entre los miembros del equipo contrario. Sus compañeros se quejaron y él puso los brazos en jarra encogiéndose de hombros. Nacho y Natalia se echaron a reír.
Veinte minutos después, a las nueve de la noche, el entrenador tocó el silbato dando por finalizada la lección. Por su tono de voz no parecía muy contento con el resultado. Nacho y los demás miembros del equipo ayudaron a recoger el material y se marcharon al vestuario, aunque casi ninguno solía ducharse allí. Todos vivían por la zona y preferían ir del tirón a casa antes que meterse en esas duchas, más propias de una peli de terror. Lo cierto es que a las instalaciones les hacía falta una buena reforma. Poco después Nacho apareció por la esquina rodeado de varios compañeros charlando escandalosamente, totalmente sudado y bebiendo agua a chorro de forma que la mayor parte caía por su mandíbula y su cuello y le mojaba la camiseta. Para ser finales de septiembre seguía haciendo bastante calor. Nacho, de pelo rojizo corto y con una cadena alrededor del cuello, destacaba sobre la mayoría por ser más alto y musculoso que el resto, y eso que todos eran chicos mayores. Nacho había repetido un par de veces durante sus primeros años de instituto, así que tenía dos años más que sus amigos. Diecisiete, para ser exactos. Al pasar por delante del banco se produjeron los típicos saludos al estilo de “eeh, ¿qué pasa?”. Casi todos por allí conocían ya a Ángel y Natalia, bien fuera por sus quedadas de los lunes o porque el propio Ángel acudía a ese mismo polideportivo varias veces por semana para sus propios entrenamientos.
- Si seguís distrayéndolo así os vamos a tener que prohibir la entrada- advirtió uno al que llamaban “el chino”, quien siempre andaba con un balón de fútbol entre las piernas, incansable.
- Oye, Nacho, y yo que pensaba que la que te gustaba era ella y no él- inquirió Isaac dándole un suave puñetazo en el hombro. La sonrisa de Nacho fue prácticamente imperceptible, aunque Ángel sí se percató.
- No, la que me gusta es tu madre, ¿cuándo me la vas a presentar?- atacó el aludido, provocando un ataque de risa general y varias collejas en la nuca de Isaac, que claramente se lo había ganado.
Cuando por fin se quedaron los tres solos Natalia y Ángel recogieron sus pertenencias y emprendieron el camino hacia la hamburguesería. Que Ángel y Natalia fuesen amigos no era nada extraño, pues eran prácticamente la misma persona en versión masculina y femenina. Estaban tan conectados que parecían leerse la mente, como si fuesen dos almas gemelas. Lo curioso era que alguien como Nacho hubiese acabado juntándose con gente como ellos hasta el punto de volverse íntimos, compartiendo una curiosa dinámica con la que habían conseguido ayudar al joven a superar una turbulenta etapa de su vida. Lo cierto es que había sido un largo y arduo camino hasta llegar a como estaban ahora, pero ninguno se arrepentía. Nacho rodeó a Ángel con un fuerte brazo y con el otro le dio una amistosa palmada en el pecho.
- Bueno, músico callejero, me tienes que poner al día- había sido él quien encontró el anuncio de la academia de guitarra en una farola frente a su portal y le pasó el teléfono a su amigo. Al parecer se sentía muy orgulloso de ello.
- A mí tampoco me ha contado gran cosa, te estábamos esperando- aclaró Natalia, que caminaba con las manos a la espalda y una elegancia natural propia de una bailarina profesional.
- A ver, no os motivéis, que tampoco hay tanto que contar- aclaró Ángel levantando las manos-. Como le he dicho a ella, tengo que practicar un poco más. Yo ya expliqué en su momento que era autodidacta así que… Pero bueno, el profesor es bastante majo, al contrario que mi compañero. Se llama José y parece un poco imbécil, sinceramente.
Sus amigos se extrañaron. No era normal en Ángel hablar así de la gente.
- ¿Qué ha pasado?
- No, si pasar no ha pasado nada, es sólo que… Creo que le caigo mal, y eso que sólo ha sido mi primer día. No sé, es un tipo raro.
Nacho parecía molesto. Tenía un instinto sobreprotector muy grande para con sus amigos y no toleraba que nada ni nadie les hiciese sentir mal a ninguno de los dos. A Ángel siempre le había parecido un gesto muy tierno, aunque en el fondo se alegraba de que se le fuese la fuerza por la boca.
- Bueno, tú sigue siendo igual de encantador que siempre y ya verás cómo cambia de actitud- explicó Natalia sentándose a la mesa en la abarrotada terraza. La silla de metal chirrió contra el suelo provocando un sonido que les puso los pelos de punta. Los chicos se acoplaron a ambos lados de ella.
- Perdona, ¿pero no era yo el encantador de este grupo?- preguntó Nacho haciendo un mohín con la cara.
- Ah, ya quisieras, guapo, ya quisieras…- contestó ella dándole palmaditas en el dorso de la mano.
Ángel soltó una risotada ante la cara de estupefacción de su amigo y, sin más, los tres se enfrascaron en diversas conversaciones en las que el nombre de José no volvió a mencionarse ni una sola vez. Todos sabían que en pocas semanas empezarían con el estrés de los primeros exámenes del curso y no podrían repetir este plan tan a menudo como les gustaría, así que disfrutaron de su copiosa cena (camperos, patatas y pizza) y de un agradable rato en la mejor de las compañías.
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