CAPÍTULO 5 - JOSÉ
Aquella noche José llegó a casa más desanimado de lo normal para haber tenido clase de guitarra, tanto que hasta sus padres se percataron. Sin embargo, el muchacho insistió en que no le pasaba nada y se fue del tirón a la ducha sin siquiera cenar. El agua fría le despejó la mente temporalmente y mejoró su humor. Luego se encerró en su cuarto dispuesto a dejarse caer sobre la cama, se puso los cascos de música y se aisló del mundo escuchando Radiohead a tal volumen que podría quedarse sordo. La imagen de un chaval rubio perdiéndose a lo lejos volvía a él una y otra vez de manera recurrente, pero la apartaba rápidamente. ¿Y por qué cojones tenía que sonreír tanto? Seguro que detrás de esa falsa amabilidad se escondía una persona tan simple y aburrida como aparentaba su forma de vestir. Tenía toda la pinta de ser el típico chico deportista que se ponía a aprender guitarra porque estaba de moda, o peor aún, para tratar de ligarse a alguna chica. Patético. Entonces tuvo una brillante idea: cuanto más practicara y perfeccionara su técnica, más posibilidades de dejar al novato tan atrás que no le quedaría otra que buscarse otro turno de menos nivel. Con ese pensamiento en mente por fin consiguió relajarse tanto que no tardó en quedarse dormido.
- Pues yo no veo dónde está el problema.
Vico hizo un mohín con la cara y negó con la cabeza, a lo que José resopló. Estaban en un descanso del instituto y acababa de contarle a sus amigos la desgracia de tener un nuevo compañero en la academia, pero nadie parecía entender su disgusto. Como mucho Carolina se había apiadado mínimamente de él al principio, pero en el fondo los tres pensaban que estaba exagerando y, bueno, que en definitiva su cabreo se debía a ese carácter de mierda tan suyo al que ellos ya se habían acostumbrado. De hecho, parecían tan convencidos que José dudó por un instante si de verdad la culpa sería suya, pero no. Siempre era más fácil culpar a los demás.
- Piénsalo de esta manera. Se trata de una oportunidad para conocer gente, hacer amigos- añadió Daniela, como siempre aportando la nota positiva ante cualquier panorama.
Ese día habían decidido cambiarse los sitios. A veces iban rotando y así todos podían estar con todos, y hoy era la morena quien se sentaba a su lado (por supuesto, respetando el lugar de José junto a la pared).
- Ya tengo amigos- observó José abriendo los brazos para abarcarlos a los tres.
- Nuevos amigos, José- matizó la chica poniendo los ojos en blanco-. Créeme, no te vendría nada mal.
En ese momento comenzó a sentir pequeñas collejas por la espalda y varias manos que revoloteaban sus rizos negros, algo que por lo general solía sacarle de quicio. Carolina y Vico comenzaron a meterse con él y a preguntarle qué sería de él si ellos no lo soportasen, a lo que el chico no supo qué contestar. La verdad es que sin sus amigos su vida sería un completo desastre hasta puntos que no podía ni llegar a imaginar.
-Bien, hoy comenzamos con la maravillosa sintáctica- anunció el profesor, un tipo simpático de espesa barba y prominente barriga, haciendo que toda la clase se quedase en silencio de golpe. ¿En qué momento había entrado por la puerta? ¿Había sonado ya la campana y no lo habían escuchado?-. Espero que os hayáis traído los apuntes que os dejé colgados en internet…
- ¡Mierda, los apuntes!- susurró José dándose un golpe en la frente.
-…o de lo contrario lamento deciros que estaréis malgastando una hora entera de clase.
Todo el mundo, excepto José, sacó sus apuntes. Luego el profesor mandó a un chico a que leyera en voz alta, lo cual era una estupidez porque lo cortaba cada cinco palabras para aclarar algo. Entre tanto, José seguía rebuscando en su mochila por si acaso alguno de los papeles que tenía arrugado dentro resultaba por casualidad ser el que buscaba. Unos finos y pálidos dedos le dieron unos toquecitos en el hombro.
- ¿Tanto te perturbó ese chaval que ni siquiera pudiste preparar la mochila anoche?- susurró Carolina con tono burlón-. Porque ahí estoy viendo el libro de francés y sabes que no nos toca hasta el jueves, ¿no? ¡Oh, là, là!
Daniela, Vico y Carolina comenzaron a reír por lo bajo y José no pudo evitar que se le escapase una sonrisa. Reclinó la cabeza hacia atrás.
- Si quieres puedes venirte esta noche a mi casa para, ya sabes, ayudarme a meter algunas cosas…- comentó con tono pícaro, e hizo una pausa dramática-... en la mochila, claro.
- Uuh, voulez-vous coucher avec moi, ce soir?- canturreó ella.
Esta vez José se fijó en que la risa de Vico sonaba un poco más falsa que antes.
- A ver, los de siempre, ¿se puede saber qué os pasa?- los regañó el profesor con los brazos en jarra-. Si es algo tan gracioso podríais compartirlo con el resto de la clase, así nos reímos todos…- típica frase de cuarentón que va de guay con sus alumnos. Bueno, para ser justos, probablemente se tratase de uno de los docentes más majos del instituto.
Casi todo el mundo se había girado para observarlos. Otros aprovecharon la distracción para revisar el móvil por debajo de la mesa.
- Verás, profe, es que resulta que José…- comenzó a explicar Carolina, aún a sabiendas de que era una de esas preguntas que no esperan respuesta.
- No, déjalo, prefiero no saberlo -la cortó el hombre, y entonces reparó en una cosa-. Por cierto, José, no veo tus apuntes por ninguna parte- achinó un poco los ojos y se acercó lentamente, bajando la voz para lograr algo de discreción-. Apenas hemos comenzado el curso y tus negativos ya se salen de mi cuaderno. Sabes que esto no puede seguir así.
La mano de Daniela se alzó velozmente como si le hubieran dado a un botón.
- Disculpe, profesor, pero estos apuntes son suyos- inventó con convicción arrastrando el montón de papeles hacia la mesa de su amigo-. Los estamos compartiendo porque se me han olvidado. Bueno, no se me han olvidado, la verdad es que me quedé sin tinta en la impresora y tuve que ir a la copistería, y cuando volví los dejé en el sofá y mi perro se los comió…
Daniela tenía la costumbre, a veces mala y a veces buena, de hablar demasiado. Hablaba tanto y a tal velocidad que podía llegar a resultar exasperante. El profesor se llevó las manos a la cabeza y se masajeó las sienes, agotado.
- Está bien, está bien, suficiente… Haré como que me lo creo.
Luego se dio la vuelta y caminó hacia la pizarra para seguir con la explicación. Los móviles desaparecieron mágicamente a su paso. José miró a su amiga y movió los labios en un inaudible pero sincero <<gracias>>, a lo que ella quitó importancia con un gesto y una bonita sonrisa. No sería la primera ni la última vez que su amiga le sacaba de un apuro similar.
A la hora del recreo el grupo se sentó en su esquina de siempre bajo la sombra de un árbol. Carolina aprovechó para terminar unos deberes que no había tenido tiempo de hacer y Vico se ofreció a ayudarla. Cuando no estaban discutiendo se podía apreciar una química especial entre ellos.
- ¡Cuidado!
De repente un balón procedente de la pista de fútbol donde jugaban una gran cantidad de alumnos de distintos cursos impactó contra Vico haciendo que su bocadillo, prácticamente sin empezar, cayese al suelo abierto de par en par. Un chavalín de no más de trece años con el pelo teñido con mechas de un rubio platino se acercó muerto de miedo.
- Per-perdona, illo- tartamudeó cogiendo el balón y procurando no mirar a los mayores a la cara. A veces a José se le olvidaba cuánto se notaba la diferencia de edad entre los de primero y los de cuarto. ¿De verdad eran así de enanos cuando entraron al instituto?-. Ha sido sin querer.
- Tranquilo, no pasa nada- Vico le dedicó la más radiante de las sonrisas, demostrando una vez más una gran madurez, y el chaval soltó de golpe todo el aire y se marchó aliviado. Cuando ya estaba lo suficientemente lejos Vico soltó un improperio.
José paseó su mirada entre su bocadillo de jamón y queso, aún sin empezar, y su amigo.
- Toma- dijo extendiéndole el bocata. Vico se quedó estupefacto. José agitó la comida, insistente-. Cómetelo tú, no tengo hambre. Todavía estoy… disgustado con lo de ayer- mintió.
- ¿Seguro?
José asintió quitándole importancia y Vico lo aceptó agradecido. Podía ser todo lo reservado y poco afectuoso que sea, pero era lo menos que podía hacer por su mejor amigo. De repente sus tripas comenzaron a rugir, faltas de alimento, y José decidió escaparse al baño de la planta de arriba a fumarse un cigarro. Daniela lo escudriñó mientras se alejaba patio a través.
El olor a cañerías era realmente fuerte ese día, lo que sumado al humo del tabaco creaba un ambiente completamente deprimente, José lo sabía bien. Para colmo, fumar no le estaba quitando el hambre exactamente, pero al menos lo mantenía ocupado.
- ¿Otra vez fumando?- la voz le sobresaltó. José se giró para encontrarse de bruces con Daniela, que tenía los brazos cruzados y una mirada acusadora-. ¿Cuándo vas a dejar esa mala costumbre?
- ¿Y tú cuándo vas a dejar de comportarte como mi madre?
Pero la chica no cejó en su empeño, por lo que al final acabó cediendo y apagó la colilla en el mugriento lavabo. Daniela se acercó y lo tomó del brazo, apoyando su cabeza en el hombro de él, a lo que el chico correspondió reposando la suya sobre la de ella en un conato de paz. Un agradable silencio los envolvió e hizo que aquel sucio cuarto de baño no pareciese un lugar tan desolador. Daniela y su capacidad de aportar luz y color a cada momento. José incluso juraría que la acompañaba el trinar de los pájaros allá donde iba. De cara al espejo, los dos amigos se contemplaron con cierta ternura. De repente a José le dio por sacar la lengua para hacerla reír, y Daniela hinchó los carrillos como respuesta. Y así se tiraron un buen rato, haciendo muecas y poniéndose bizcos frente a su reflejo sin soltarse ni por un momento.
- ¿Sabes? Me gusta más esta versión tuya que la arisca a la que nos tienes acostumbrados últimamente- se sinceró la muchacha con cierta nostalgia. Al igual que Vico, ella también había notado un cambio en la actitud de su amigo que la tenía preocupada-. Hazme caso, por favor. No te cierres a la gente.
- Lo intentaré. Te lo prometo.
José sintió la tentación de besar a su amiga en la frente, pero una voz en su cabeza le dijo que mejor no. Ojalá pudiese acallar esa voz, pero no había manera. José no era consciente todavía, pero la barrera que se había construido a su alrededor era tan sólida que, sin quererlo, se estaba quedando atrapado dentro.
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